Bueno, quizá la expresión no sea del todo correcta, y sólo quiera atraer un poco la atención. Quizá me acerque más a lo que quiero expresar diciendo que a la gente no le apasiona el cine.
Las cosas han evolucionado un montón estos últimos tiempos con el asentamiento de las plataformas digitales. El contenido nos sale por las orejas.
Con la democratización de la web, la cantidad de información a nuestra disposición se hizo infinita. Y lo mismo le ha pasado a la cantidad de series, películas y documentales entre los que podemos elegir.
Pero así como disponer de todo el conocimiento al alcance de una búsqueda de duck duck go! (no uséis google, me cago en la leche) no nos hizo más inteligentes, el tener todo el audiovisual a nuestra disposición no nos ha vuelto unos degustadores del séptimo arte.
Lo cual me lleva a la afirmación de que a la gente, en general, (con el peligro que lleva generalizar, cuando uno tira de su entorno vital, físico y virtual, para hacer este juicio) el audiovisual le interesa lo justito.
Si no, a santo de qué iban a ser siempre Friends y The Office de lo más visto en Netflix, y La que se avecina iba a seguir petándolo en Amazon Video.
Creo que sería más honesto decir que en nuestro tiempo libre, lo que más consumimos es cine, o series, porque se han convertido en el entretenimiento más asequible en tiempos de crisis, primero, y en tiempos de pandemia, después. Pero… ¿apasionar?
Por poner un símil. Si a alguien le apasiona, por ejemplo, patinar, no se conforma con mantener el equilibrio y llegar desde su casa hasta la panadería. Prueba tablas, pistas, aprende ejercicios nuevos, indaga y lee revistas, ¿no? Quizá no todo le sirva, quizá no siempre aprenda algo útil, pero al menos investiga y sabe lo que pasa en ese mundillo, conoce a los skaters míticos, ve documentales, se interesa por la historia y la técnica.
Con el contenido audiovisual, algoritmo mediante, corremos el riesgo de dejarnos atrapar por la corriente de la uniformidad. «Si te gustó esto, quizá te guste aquello…» es una de esas trampas de las que deberíamos alejarnos, si realmente queremos afirmar que nos apasiona el cine. No te apasiona porque te dejes arrastrar en la vorágine del «reproducir siguiente capítulo».
Si simplemente usas el audiovisual como un entretenimiento, me parece genial, oiga. Solo que, entonces, este post no es para ti. Te voy a parecer un pedante. Eres de los que, al tener el patinete, lo usarán para ir de casa a la panadería. Quizá incluso a otras panaderías. Pero no te vas a lanzar escaleras abajo haciendo una pirueta.
No recuerdo en qué momento del confinamiento empecé a ver «The Umbrella Academy». Está basada en un cómic, con lo cual ya me interesaba, y la crítica la había puesto bastante bien. «Superhéroes raros» parecía ser la idea de venta.
Apenas pude acabar el primer capítulo. Los colores parecían ser los mismos de todas las producciones Netflix, con esa saturación y esos azules, esos desenfoques y, sobre todo, esa narración aburridísima. Algo que conseguí tolerar en «Daredevil» porque, de vez en cuando, un momento del guión te recordaba a los cómics de Frank Miller, y aguantabas un poco más por si había algún destello de genialidad más. Pero aquí no.
En las series de Netflix que he visto hasta ahora, esa maravillosa regla de la narrativa, que es llegar tarde y salir pronto, no se cumple. No he visto las producciones de David Fincher, así que no voy a generalizar. Pero en las series que me he encontrado, esa regla la patean por completo. Casi que entiendo que la gente vuelva a Friends una y otra vez.
Amazon Prime, por su parte, parece llena de series mucho menos publicitadas que las de Netflix, y que tampoco llaman mucho la atención. Mi sensación general es que un algoritmo se dedica a elegir series con giros «diferentes» y aparentemente «transgresores» para que piques y empieces a verlas. Sólo Fleabag y la Maravillosa Señora Maisel me han atrapado, pero tampoco es que tengan nada nuevo, más allá del potente protagonismo femenino. Son dos obras muy logradas, eso sí. Y la Señora Maisel, además, es un exhibicionismo de producción y dirección que te hace aplaudir cada dos escenas. Pero no creo que tengan nada nuevo. Entran dentro de ese algoritmo, que ahora, además, añade el componente femenino (¿y feminista, quizá?, no me atrevo a juzgar). Pero Shane Black ya estaba escribiendo películas con potentes e independientes protagonistas femeninas en los años 90, así que nada nuevo bajo el sol.
Pero volviendo al verano y a «Umbrella Academy«: sentí rechazo por lo que estaba viendo. Gente cruzando habitaciones, con música y atmósfera lúgubres de por medio, sin que aportara nada, solo alargar el capítulo. Me parecía una tomadura de pelo. Aguanté al final del episodio, por respeto, no fuera a equivocarme con la serie. Y no he vuelto a ver más.
A santo de qué viene todo esto.
En verano hice tope.
Miraba las plataformas y todo me parecía la misma cosa. Todo el mundo me recomendaba esta y aquella serie. Series que se consumían del tirón, en intensas jornadas de visionado. El ejercicio parecía ser siempre el mismo: dejarse atrapar por un contenido con un elemento diferenciador, una cosa de esas que «es mejor que no te la cuente, vas a flipar», maravillosos ejemplos todos de una artesanía que no creáis que no envidio, siendo profesional del audiovisual. Ojalá yo pudiera escribir los diálogos de «Fleabag», joder. Pero todo sonaba igual.
Y ya había visto demasiadas veces la escena final de «Vengadores: Endgame» el último mes. Quizá una vez al día.
Así que hice tope. Se me empachó la ficción.
Y me volví hacia la plataforma que sí creo que es para apasionados del audiovisual.
Porque en España, por un precio irrisorio anual, tenemos Filmin, ¿sabéis?
Es entrar y, como dice un amigo, «hay mucha buena mierda«. Donde en las otras plataformas la búsqueda se basa en encontrar algo que te llame la atención, en Filmin la búsqueda se basa en cuál de las películas es más la hostia. De las series no hablo porque estoy con «Halt and catch fire«, que no está mal, pero creo que entra dentro de esa corriente de «buenas obras de artesanía», solo que habla de los orígenes del ordenador personal, y por ahí me gana.
¿Pero, las películas?
No es sólo que se note que las sinopsis están escritas por apasionados del cine, es que las separaciones por colecciones que hacen los curadores de contenido son exquisitas.
Desde el verano hasta ahora, mi consumo de Netflix y Amazon ha bajado en picado, y ha crecido el de Filmin.
Hay de todo: películas que piensas que no van a ser fáciles de ver, y luego te sorprenden; clásicos de la comedia americana, esas obras sobre las que se cimenta la comedia moderna, y que ya en obras de hace 80 años tienen hallazgos que los más jóvenes del lugar ni soñarían que existen (porque si has visto «Luna Nueva», de Hawks, ya has visto de dónde maman todos. O casi); películas de Bergman que te harán pensar que van a ser una turra, y luego ves «Persona» y se te cae el alma a los pies.
Y si te tragaste ese tostón que era «El irlandés», estás más que preparado para ver cine de Yasujiro Ozu, muchacho.
Y si quieres flipar con un policiaco delirante, está «Sed de mal».
Sé que Netflix estrena dentro de poco «Mank«, lo nuevo de David Fincher, y cuando se estrene «Señora Maisel«, temporada 4, ahí estaremos, pero es abrir Filmin y….
Está todo ahí.